Un decreto contra 150 años de una costumbre

Los decretos de los gobernantes que pretenden cambiar la historia, un paisaje urbano-cultural o las costumbres de la gente de un plumazo casi nunca tienen éxito. El consciente y el inconsciente colectivo forman una especie de barrera que frena las imposiciones.

Glorieta de Colón


Han pasado ya 2 años desde que retiraron la estatua de Cristóbal Colón de Paseo de la Reforma, y el nombre de la glorieta sigue siendo el mismo. Hay otros ejemplos legendarios en la capital: la Glorieta de Vaqueritos, en Periférico sur, donde hace más de 40 años ya no juega el equipo de futbol americano por el cual le llamaron así. La Glorieta de Camarones, donde ya ni glorieta hay, y hace más de 80 años ya no es ahí vendimia de esos crustáceos.

En el caso de la Glorieta de Colón el arraigo es mayor. No es fácil acabar con 150 años de historia, de un paisaje urbano-cultural que implica a seis generaciones de mexicanos. Fue el segundo monumento que se colocó en Paseo de la Reforma, en 1877, que narra una parte de la historia de México.

Muy importante, pues por ejemplo el escritor Juan Miguel Zunzunegui, autor del reciente libro El Regreso de Quetzalcóatl, estima que el 97% de los mexicanos no existiríamos tal como somos, si Cristóbal Colón no hubiera llegado a nuestras tierras, aunque advierte que no se merece la estatua por “esclavista, violento y hasta asesino”.

Hoy sigue sin quedar claro qué sustituirá la estatua del conquistador español en esa glorieta donde estaba también el Café Colón, por el cual algún grupo político y otro de juristas tomaron como nombre su asociación.

En esta columna Glorieta de Colón no somos fans ni de los conquistadores ni de los colonizadores. Usamos este nombre porque lo que aquí decimos no proviene de decretos, ni imposiciones desde el poder. Esta información fluye como un reflejo de la realidad.

Conflictos generan los decretos. Todavía hoy se debate si en la Glorieta de Colón permanecerá la “Antimonumenta” que colocaron colectivos de feministas hace más de un año, algo que no quiere la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, quien pretende imponer la estatua de “La Joven de Amajac”.

A ver qué ocurre, porque a Sheinbaum no le fue nada bien en la Glorieta de la Palma, que tampoco ha cambiado su nombre ni formalmente, ni en el consciente o inconsciente colectivo. Se les murió el árbol centenario y la Jefatura de Gobierno ordenó plantar un ahuehuete, que parece más muerto que vivo, e incluso ha servido para que, morenistas o no, se burlen de que es un reflejo de la muy anticipada candidatura presidencial de la jefa de Gobierno.

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